La psoriasis en su forma más común se caracteriza por la presencia de placas psoriásicas más o menos grandes, bien delimitadas y conocidas como eritematoescamosas: se trata de placas rojas cubiertas por una capa blanca formada por piel muerta (las famosas “escamas”). Este aspecto tan particular de piel roja que se despelleja es el resultado de un mecanismo fisiopatológico que combina un desajuste del sistema inmunitario con el desarrollo de la inflamación y la excesiva proliferación y maduración de los queratinocitos, las principales células de la piel.
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Las placas de psoriasis son fácilmente reconocibles, no solo a través de la vista, también por el tacto: son gruesas y ásperas, a diferencia de la piel sana alrededor. Pero esta piel sana también puede inflamarse mediante un factor desencadenante, como puede ser la fricción. Requiere el mismo cuidado y atención que la piel inflamatoria, a diario.
Las placas de psoriasis constituyen el principal síntoma de la psoriasis y pueden instalarse en cualquier lugar del cuerpo: las zonas más conocidas son los codos, las rodillas, el torso, la espalda, el cuero cabelludo… La cara también puede verse afectada: en esta zona las placas de psoriasis suelen estar peor delimitadas, pero el enrojecimiento y las escamas pueden verse claramente.
Las placas de psoriasis van unidas a una importante sensación de calor y de incomodidad, hormigueo y, sobre todo, picor.
Aunque la presencia de escamas resulta antiestética hay que respetarla, pues las escamas forman parte integrante de la placa de psoriasis.
Piel con tendencia psoriásica
Piel con tendencia a la psoriasis